P4. Recuérdales esto, exhortándoles delante del Señor a que no contiendan I sobre palabras, lo cual para nada aprovecha, sino que es para perdición de los oyentes II. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad III, IV. (2. TIM 2:14).
I. CONTENDER: Discutir, contraponer opiniones o puntos de vista (RAE). Enfrentarse [dos personas] entre sí para imponer su voluntad o conseguir algo. Luchar entre sí varias personas que aspiran a un mismo objetivo o a la superioridad en algo (Oxford Languages). Expresión de enemistad traducida en pleitos, disputas, conflictos o debates belicosos (Diccionario expositivo Vine, 1999). Es el ánimo litigante que nace de los desacuerdos hostiles, la competencia desbocada, la antipatía, la envidia o rivalidad con los demás. Se caracteriza por el ansia o afán de triunfo, posición, poder, prestigio, dominio o reconocimiento desordenado. Las contiendas devienen en rencores, resentimientos, recelo, rabia u odio entre los participantes de la misma. También se da el caso cuando alguien genera contienda bajo la percepción de peligro para su “posición de dominio o prestigio” por parte de otra persona. En consecuencia, no tolerará que alguno proponga “mejores ideas”, exhiba mayores conocimientos, habilidades, argumentos, capacidades o destrezas en algún área de interacción común. Este, es el pecado que coloca el yo por delante y en consecuencia la negación flagrante del amor cristiano. (CB. W. Barclay, 2006).
II. El trasfondo cultural en el que se desarrolló la iglesia de Éfeso estaba fuertemente cimentado en el gnosticismo. Los maestros de esta ideología con su palabrería caudalosa y verborrea edulcorada pretendían adaptar el evangelio a sus esotéricas y místicas creencias. Por tal, Pablo exhortó a la congregación de entonces a no caer en polémicas innecesarias respecto de falsas doctrinas, herejías, corrientes de pensamiento, razonamientos humanos, vanas palabrerías, entre otros. Este precepto sigue vigente para los cristianos de hoy, esto es, el no incurrir en discusiones inútiles acerca de temas que no edifican el cuerpo de Cristo, y que, por el contrario, podrían sembrar confusión y duda en los creyentes. Eso no quiere decir que no podamos conversar alturadamente respecto de diferentes temas y en diferentes escenarios. Sin embargo, cuando la tertulia amena se inclina hacia el debate, el altercado, el forcejeo verbal acompañado de tensión emocional, podríamos haber entrado en una contienda inútil. Tampoco es la intención del apóstol impedirnos luchar cuando la congregación haya sido contaminada por falsas doctrinas. Es deber del verdadero cristiano exponer vigorosamente la verdad del evangelio, así también, contender ardientemente por la fe (Judas 1:3). (CB. W. Barclay, 2006), (CB. W. MacDonald, 2004).
III. Por otro lado, así como entonces, hoy tenemos muchas personas que buscan justificar su estilo de vida o sus ideas preconcebidas por medio de una interpretación errónea y conveniente de la biblia. Es decir, no estudian con diligencia académica y humildad intelectual las Sagradas Escrituras para descubrir lo que Dios quiere decir y cuáles son sus mandamientos. Por el contrario, arrancan pasajes de la biblia, y, de forma aislada y antinatural pretenden hacer creer que esta apoya sus ideologías o el estilo de vida que han elegido. Por lo cual, así como se le ordena a Timoteo que presente la palabra de manera correcta y sin adulteraciones (Sana Doctrina), es deber de todo creyente desarrollar las habilidades y competencias necesarias mínimas para una correcta lectura, entendimiento e interpretación de la palabra de Dios, así también, la corroboración y verificación de la palabra bíblica expresada por alguien más (Hechos 17: 10,11).
IV. SANA DOCTRINA: Enseñanza cristiana libre de error o vicio, es decir, íntegramente fiel a la intención de las escrituras. No adulterada por conveniencias, tradiciones, prejuicios, paradigmas, razonamientos entenebrecidos, costumbres o desconocimiento académico insolente. La sana doctrina está fundamentada absolutamente en su correspondencia plenaria con la palabra de Dios.