P18. Pero GRAN GANANCIA es la piedad I acompañada de contentamiento II; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto III- IV. (1. TIM 6:6- 8).
I. PIEDAD: Virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión (RAE). Devoción religiosa (Oxford Languages). Implica amor, devoción, reverencia y sujeción al Creador, además, un esfuerzo constante por conocerlo y asemejarse más a Él. También involucra el temor positivo al Creador, lo cual nos motiva poderosamente a separarnos deliberadamente del pecado o cualquier circunstancia que lo promueva, propicie o estimule. Tengamos en cuenta que, si bien hay esfuerzo invertido por parte del creyente para ser competente respecto de esta virtud, la misma se origina en el interior de la persona. Es decir, desde una mente renovada por la gracia de Dios, y, que ansía saber más del Creador y Su palabra. (Efesios 2:10). Es importante mencionar que la lectura y el estudio riguroso de las escrituras, así como, la oración y obediencia, cooperan positivamente en el avanzar piadoso. (CB. W. MacDonald 2004).
II. CONTENTO: Alegre, satisfecho (RAE). Que está alegre, feliz y satisfecho. Que está satisfecho o conforme con lo que tiene u obtiene (Oxford Languages). El contentamiento mantiene Independencia emocional de lo que no se tiene y considera lo tenido. Es estar satisfecho y alegre con lo que Dios da. Al depender de Dios, somos independientes de todas las demás cosas, porque nuestra confianza y contentamiento esta siempre en Él (Mateo 6: 24-34). (BDE. Matthew Henry 2017). Por el contrario, el descontento acerca de la provisión que Dios dispone para cada cristiano genera el amor al dinero, y, como es sabido, no se puede servir a dos señores porque se amará a uno y se detestará al otro (Mateo 6:24). Con todo, el dinero o las riquezas no poseen negatividad intrínseca, empero, tienen un solo lugar donde maximizan sus capacidades y suficiencias. Ese lugar es el de servidumbre. El dinero es un excelente siervo, pero, un amo brutal, despiadado y nefasto para aquellos que deciden voluntariamente convertirse en cautivos del mismo. “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1. Timoteo 9:10).
III. “Nada hemos traído y nada nos llevaremos de esta vida”. Una máxima inmejorable respecto del lugar que deben ocupar los bienes materiales, el de servicio. El apóstol no está en contra de las posesiones materiales u holgura pecuniaria, siempre que sea Dios en Su soberana determinación y propósito en dador de las mismas.
IV. Pablo continúa instruyendo acerca de la piedad (amor, devoción y obediencia a Dios), esta debiera ir acompañada de sincero contentamiento. Si a Dios le place darnos solo lo necesario, es decir, comida y abrigo (techo), con eso debemos estar más que agradecidos y felices. Este principio es para todos los cristianos, aunque, el contexto señala primeramente a los que ejercen el don de gobernantes, dirigentes o línea de mando en las congregaciones. La iglesia no está para satisfacer los sueños particulares, las ambiciones materiales o los complejos de grandeza de los servidores líderes. Tristemente, hoy tenemos muchos “predicadores”, “maestros”, “evangelistas”, entre otros, que desvían la dirección natural que todo cristiano debe hacia Cristo y la encausan hacia su persona. A saber, están más interesados en ganar seguidores para sí mismos que para Jesucristo, más preocupados en presentar sus propios razonamientos que escudriñar y proclamar el sentido correcto de la palabra de Dios. Por otro lado, tampoco debemos negar el reconocimiento financiero, si fuera el caso, al BUEN TRABAJO que un pastor, maestro o servidor administrativo desempeñe en la congregación (1. Timoteo 5:17,18). (CB. W. Barclay, 2006).