P4. Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación I con temor y temblor II, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad III. (FIL 2:12, 13).
I. Pablo exhorta a los creyentes de Filipos a esforzarse en su salvación con temor y temblor, en su ausencia, como si él estuviera presente. Sin embargo, Pablo no está insinuando en ninguna forma que la salvación pueda ganarse por obras, sino que la salvación debiera reflejarse en un progreso constante en la vida y el carácter cristianos. No se trata de perfección, pero sí de dirección perseverante en el camino de la santificación. Ahora bien, esto tiene alcance individual y congregacional, es decir, cada cristiano tiene responsabilidad sobre su santificación progresiva, y también, en el crecimiento sistemático con los hermanos de la iglesia local. Muchos creyentes parecieran estar bastante cómodos en la infancia o pubertad cristiana. Hacen el máximo esfuerzo posible por no crecer, madurar y dar frutos provechosos. Siguen practicando los mismos hábitos, cayendo en las mismas tentaciones, ejercitando los mismos pecados y siendo responsables de los mismos fracasos espirituales. El creyente genuino es luz en su entorno, expresando evidencia incesante de su nueva posición como hijo de Dios (Juan 1:12). (CB. W. MacDonald, 2004), (CB. W. Hendriksen, 2000), (CB. W. Barclay, 2006).
♦ SANTIFICACIÓN PROGRESIVA O PERFECTIBLE: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2. Corintios 7:1). Un regenerado y justificado también es definitivamente santificado en virtud de la unión con Cristo. Sin embargo, la realidad de la vida diaria manifiesta la existencia innegable de pecado residual. Entonces, un redimido efectivamente es santo, pero, al mismo tiempo queriéndolo o no incurre en pecado. Aquí entra el concepto de santificación progresiva o perfectible. Esto es, el creyente es santificado en Jesucristo como base virtuosa de santificación, pero ahora, la santidad, que es el derivado natural del proceso de santificación, debe de continuo desarrollarse, consolidarse y manifestarse en la vida práctica cotidiana. Este transcurso espiritual involucra a Dios completamente, el cual, por medio del Espíritu Santo que mora en el creyente, habilita las herramientas, las capacidades y los mecanismos necesarios para un exitoso progreso de maduración en la santidad. Por parte del creyente, la idea funcional de la santificación progresiva es la voluntad ascendente de reflejar cada vez más a Jesucristo en su vida. Al mismo tiempo que se disocia intencionalmente del pecado y se esfuerza (en la energía inagotable de Dios) por librarse de su peso, presencia e influencia excedente. De la misma manera, la santificación procura el crecimiento en la gracia, los buenos frutos y la adultez en la fe para con nuestro salvador y Señor. “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:13). (CB. W. MacDonald, 2004).
II. TEMOR y TEMBLOR: Este temor y temblor imprime en el creyente la necesidad de buscar la seguridad en el Creador (Salmos 91: 4 – 6). Es decir, el cristiano entiende que alejado de Dios no hay nada que pueda hacer (Juan 15:5). Esto, en el claro y expreso conocimiento de su incapacidad total para vivir la vida que Dios quiere que viva. Por lo cual, su dependencia y confianza absoluta en Dios para un progreso continuo en la santificación y obediencia plena a Su voluntad. Así también, el temor y temblor es la actitud de reverencia y devoción del converso hacia Dios. Implica humildad y reconocimiento a su autoridad absoluta, plenaria y eterna, así como, un respeto profundo por Él. La escritura es unánime en afirmar que “el temor de Dios es el principio de la sabiduría” (Proverbios 1:7). (CB. W. Barclay, 2006).
III. Sin negar la libertad humana, Pablo destaca la participación concluyente de Dios en la salvación del individuo, tanto en su instancia primaria como en su progreso consecuente. Ahora bien, el converso es responsable respecto de ocuparse en los asuntos que involucran su salvación, no obstante, el Señor es quien en realidad produce buenas obras y fruto espiritual en la vida del mismo. Esto es posible gracias a que el Santo Espíritu obra desde el interior, infundiendo energía tanto a los deseos como a las acciones del creyente. El Espíritu Santo influye en los afectos, anhelos y sentimientos, así también, orienta un proceso sistemático de santificación y propósito planificado en el cristiano. Todo lo anterior debiera reflejarse en el cuerpo de Cristo, es decir, las congregaciones deben incansablemente buscar y permitir que la voluntad y designios de Dios sean cumplidos, al margen de los intereses personales y de cada quien. (BDE. MacArthur 2015).